viernes, 6 de junio de 2014

Cuando mamá se va de fiesta



Hace unos días llegó mi mejor amiga de Francia, a quien no veía hace un año. Ella también es mamá y la pobre allá no sale nunca tampoco. Mónica, su prima, nos convenció para salir las tres y olvidarnos por unas de los pañales, las comidas, biberones, etc.   Era una oportunidad única, difícil de rechazar sinceramente. Después de todo, lo merecemos.

Sofía y yo estábamos un poco nerviosas, en realidad ella lo estaba más. Era la primera vez que salía tanto tiempo y de noche. Yo recuerdo haber estado así, las primeras veces que tenía que dejar al bebé. Felizmente, el papá de mi sobrino es súper bueno y el bebé se adapta muy bien a su padre, así que por ese lado estaba tranquila. Sabía que si algo pasaba la llamarían y al toque volveríamos. En la discoteca, hemos bailado a morir entre nosotras tres como si no fuéramos a hacerlo de acá a un buen tiempo (literalmente hablando). 

Me divertí como loca, hemos bailado y reído a más no poder. Sin embargo, al día siguiente todo fue un suplicio tanto para mi como para mi amiga (ella no durmió casi nada desde que llegó a su casa). Por mi parte, un par de tragos hicieron que vea estrellitas en la mañana, debe ser la falta de costumbre, o que el cuerpo de una madre cambia (y ya no aguanta las juergas), tal vez es el karma (por divertirnos mucho... ok, que pase el complejo de culpa), ¿la vejez? (¿en serio, a mis 28 años?)... no lo sé... lo único que sé es que cuando era más chibola (¿vieron el más? #mesientochibolaaunmodeon) me levantaba fresca como una lechuga (tomando más incluso). La cruda verdad, es que hoy mis imperfectas, mi recuperación etílica y juerguera por así decirlo es tan lenta como un oso perezoso. El cuerpo y la cabeza me dolían, nada que tres cafés a la vena no me permitan pararme y afrontar el huracán Joaquin sin morir en el intento.

Las cosas ya no son como antes, eso me queda claro, no me estoy haciendo más joven y es una verdad que a veces a las mujeres nos cuesta aceptar. No extraño mi etapa de salidas, ya viví bastante de eso felizmente. Siento que estoy en una etapa la cual no cambiaría por nada.  Sin embargo, me divertí en exceso y no paré de bailar desde que pise la discoteca hasta que me fui. Le saqué el jugo a mi salida. Al principio me sentí un poco oxidada, extraña, pero pronto agarre el ritmo y nadie me paró. No podía dejar pasar la oportunidad de bailar canciones que no sean infantiles o las de Disney Junior. 

Mi consejo es que, si alguna vez se les presenta una de esas oportunidades únicas (si, como las de los comerciales) no la desaprovechen. Una a las quinientas, no es malo (para nada) tener un momento para distraernos, relajarnos, divertirnos fuera de casa. La maternidad a veces puede ser abrumadora y qué mejor que pasarlo con amigas que quieres. Nos lo merecemos (¡he dicho! #serealcadesa). ¡Nadie me quita lo bailado!

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