Día a día cuando prendemos el televisor nos topamos con la publicidad donde las mamás (mejor dicho mamacitas) están haciendo su perfecto papel de mamás. Vemos a madres jugando, leyendo cuentos, preparando proyectos de ciencias, cocinando deliciosas cenas, luciendo cuerpos delgados y perfectos. Siempre felices, siempre con una sonrisa en la cara, siempre complacientes, radiantes, sin rastro de ojeras ni bolsas bajo los ojos… ¡Ay por favoooor!
A eso yo lo llamo publicidad engañosa y es un clásico estereotipo impuesto por la sociedad hace muchos años donde la madre de familia siempre tiene que estar preparada para todo. Una sociedad donde se espera y exige que las madres sean casi perfectas en todo. Es increíble como el tiempo va cambiando muchas cosas pero algunos paradigmas son bien arraigados como este. Y es que la mujer antes de ser madre, tiene más opción a equivocarse sin ser juzgada a una mujer que ya lo es. Si una mamá comete un error es probable que le caiga una lluvia de críticas por este. Siempre esperarán lo mejor de nosotros sin margen de error.
Sin embargo, la realidad dista mucho de la imagen que nos venden. La cruda verdad es que no siempre estamos peinadas perfectamente todo el día, tampoco tenemos una piel lozana, radiante y sin ojeras ni bolsas debajo de los ojos (la Bella Durmiente, sólo la encontramos en Disney, mis queridas imperfectas). La verdad de la milanesa, es que nuestro sueño de ocho horas es un recuerdo del ayer, porque siempre estamos corriendo, siempre estamos haciendo algo y siempre llevamos ojeras que el maquillaje no logra camuflar. Nos peinamos como podemos, nos bañamos a la velocidad de la rayo, si es un buen día no tendrás que cambiarte de ropa varias veces (siempre termina sucia), si hay tiempo puedes maquillarte, con suerte hacemos nuestras necesidades con tranquilidad, y no siempre estamos presentables en nuestras casas como muestran las publicidades.
Pero volvamos al tema del sueño placentero, alguien dijo ¿Dormir? No recuerdo haber dormido bien sin despertarme para nada en la noche hace un año y siete meses. Obviamente que dormimos, pero, ¿descansamos realmente? No, no lo hacemos, nuestro cerebro (que es de sexo femenino y ahora tiene un chip añadido llamado mamá) nunca descansa y nunca para “¿Guardé la comida del bebé en la refri?, ¿Qué me voy a poner mañana? Qué le preparo de lonchera mañana? Tengo que buscar los seguros para los enchufes, hay que sacar cita con el pediatra, falta comprar más fruta al bebé, por cierto el bebé necesita un corte de pelo, tengo que acordarme de comprar una agenda para apuntar todo esto”… Cuando menos lo esperas te dieron las 2 am, ya te dio sueño, te preparas para dormir y ¡PAM! el bebé despertó.
Podríamos evitar pensar mucho en todo y dejar de darle vueltas y vueltas a todo lo que pensamos, pero así es el cerebro de una mamá… nunca para, nunca descansa, siempre pensando dos veces las cosas, siempre alerta, siempre despierto. Muy distinto a lo que se ve en la tele, donde muestran mamás relajadas, felices y frescas, como si tuvieran toda la vida solucionada. Para mal de males, siempre regias.
Que por cierto, eso me lleva a mi siguiente punto. Efectivamente, si existen mamás hermosas y regias, pero representan a la minoría de nosotras (espero haber tranquilizado a alguna con eso) y en el fondo todas les tenemos un poco de envidia (pero ese no es el punto). Nosotras, las reales y mortales nos pasamos la vida haciendo dietas, preocupándonos por el peso, rompiendo dietas que nuestra delicada fuerza de voluntad termina siempre por abandonarnos. Nos miramos a lo que alguna vez se llamó barriga (hoy es una malagua pegada a tu abdomen)
resistente a dietas, gels reductores y ejercicios. Me considero de las mamás que estaban orgullosas del par de tetas lindas que tenía y que hoy en
día solo queda un vago recuerdo de ellas, y más se asemejan a un par globos desinflados (viva la lactancia exclusiva).
Pero lo más importante de todo, es que no tenemos la respuesta a todo y solemos equivocarnos todo el tiempo. Así es, leíste bien, todo el tiempo. Podremos aparentar tener todo bajo control, pero lo único que tenemos bajo control es… bueno nada en verdad. No somos esa imagen que buscan reflejar de las madres, en paneles publicitarios, piezas gráficas o comerciales. No lo somos pues. No somos perfectas cocineras (algunas como yo, tuvimos que aprender a cocinar a la mala y porque no quedó de otra que hacerlo), no todas sabemos tejer, zurcir, coser como lo sabían hacer las mamás de antes. Los tiempos cambian y aún así ellas hayan sido casi perfectas (si, dije casi), estoy segura que en algún momento debieron haber cometido algún error como madres. Nadie es perfecto.
Somos las reales, ¿saben? las que nos ponemos nerviosas cuando viene la etapa del “¿Y porqué?”, las que a veces nos encerramos a llorar a solas cuando nadie nos ve y creemos que estamos haciendo un pésimo papel de madre, somos las que a veces perdemos los papeles y nos sentimos mal por eso, las que rezamos para pedir más paciencia, somos las que se preguntan siempre si su hijo de grande sufrirá algún trauma psicológico por lo loca que crees ser, las que siempre se preguntan si están siendo buenas madres, las que soñamos en ser perfectas madres. Sin embargo, aún siendo el desastre que creemos que somos, la realidad es que no lo somos.
Y es así como terminamos siguiendo esa imagen de mujer perfecta que nos imponen y restriegan en la cara. Lo cierto es que intentamos todos los días de ser una mejor versión de nosotras para nuestros hijos. Con nuestras locuras, imperfecciones, desbalances y explosiones tratamos que nuestros hijos sientan orgullo más adelante de tenernos como madres. Mamá perfecta, no es la que siempre te tiene tu cena caliente, la que presenta los mejores proyectos de ciencia en el colegio, o prepara siempre el postre favorito de los niños, no es la presidenta de la APAFA, ni la mamá más querida del salón. Tampoco es la que sabe hacer todo en la casa. Mamá perfecta solo existe en la ficción. Mamá, es la que con lo poco que tiene hace lo que puede, la que escucha, juega, y ama de una forma sobrehumana, la que por su hijo sacrifica todo. Absolutamente todo, su vida si es necesario sin pensarlo dos veces. ¿Mamarrachos? No lo creo, solo somos mamás.